“Santo Cristo de Lezo” persigue piratas desde Concepción hasta Juan Fernández (año1694), por orden del Gobernador Tomás Marín de Poveda.

Transcribimos antecedentes de la persecución que el navio “Cristo de Lezo” hizo desde el 08 de febrero al 31 de marzo de 1694, a los piratas que previamente los habían atacado e incluso capturado, logrando ser rescatados y mutar de presa en cazador una vez armado en guerra.

La principal referencia histórica (pero no la única) es una carta del Gobernador -Capitán General-, Tomás Marín de Poveda, enviada al rey Carlos II, fechada el 28 de abril de 1695, que ha sido estudiada y citada por los principales historiadores chilenos del siglo XIX.

Pero antes de abordar esta persecución en detalle, haremos una breve alusión al Navio “Cristo de Lezo”, que junto a otras dos naves, fueron parte de una incipiente Marina Mercante en el siglo XVI, y que prestó servicios por casi 100 años en nuestras costas.

“Los historiadores no encuentran nada más para consignar que a dos bodegueros de Valparaíso, don Gasparn de los Reyes y don Pedro Cassao, que en 1664 se asocian y compran el navío Santo Cristo de Lezo, en el Callao y hacen referencia a que había dos buques nacionales más, sin mencionar a sus armadores.

Lo anecdótico es que el navío “Santo Cristo de Lezo”, fue tan buena adquisición que prestó servicio en la marina mercante de Chile por más de 100 años, habiendo cambiado de dueño, como es de suponer, varias veces.

“En 1695 este buque aparece de propiedad del general Juan Gutierrez Calderón”

FUENTE: “Valparaíso y los armadores chilenos”, Asociación Nacional de Armadores. Revista de Marina, Nro 3, año 1986. https://revistamarina.cl/revistas/1986/3/asonar.pdf

Sugerimos leer el citado artículo de la Asociación Nacional de Armadores (ASONAR) ya que aborda el conflicto entre los “Navieros de El Callao” y los “Bodegueros de Valparaíso”.

Se trata de una nave crucial en el desarrollo mercante de Chile, su adquisición fue la respuesta chilena al casi monopolio de facto de las naves del Virreinato, que perjudicaban los precios de los productos chilenos, y a esa amenaza, deben sumar la entrada de piratas al océano Pacífico, y así, el “Santo Cristo de Lezo”, pasó a involucrarse de la “guerra comercial” entre Valparaíso y el Callao, a la guerra de Corso que debió hacer “armado en guerra”, para capturar a los piratas que se suponía estaban refugiados en el archipiélago de Juan Fernández.

Ahora nos remitiriremos a la narración que de este suceso hace Diego Barros Arana en el Tomo V de su “Historia de Chile”, bajo el subtítulo:

REAPARICIÓN DE LOS PIRATAS EN LOS MARES DE CHILE” (transcripción)

“Marín de Poveda. sin embargo. no podía hacer nada más eficaz para reducir a los indios. No sólo carecía de elementos y de recursos para acometer empresas de otro género sino que tenía forzosainente que someterse a las instrucciones del Rey. Por otra parte. ese mismo año habían reaparecido los enemigos extranjeros en nuestras costas, y ellos eran causa de alarmas y de inquietudes en todo el reino, y obligaban a sus gobernantes a prestar a esta guerra una atención constante y a hacer gastos de consideración.
Las expediciones más o menos organizadas de los tilibusteros, habían abandonado el Pacífico desde 1687: pero la fama de los beneficios alcanzados por ellos y la mayor facilidad con que entonces se hacían esos viajes merced a los grandes progresos de la navegación y de la geografía, comenzaron a atraer a estos mares algunos buques ingleses o franceses que viajaban sin patente y sin permiso. y que. por esto mismo, se sustraían a todo trato con las autoridades establecidas. Mitad contrabandistas, mitad piratas. los aventureros que montaban esos buques se acercaban a los puntos de la costa en que podían vender sus mercaderías o renovar sus provisiones. y se apropiaban la carga de los barcos que hallaban en su camino e imponían a éstos un fuerte rescate para dejarlos en libertad. Estas expediciones fraudulentas no dejaban más huella que el recuerdo de sus depredaciones; pero no se publicaban y probablemente ni siquiera se escribían los diarios de sus navegaciones y correrías; y por tanto, la historia no puede individualizarlas ni señalar los nombres de sus jefes, y tiene que limitiirse a indicar sólo algunos hechos aislados para explicar aquella situación anómala del comercio de estos países creada por el sistema de exclusivismo implantado por España en sus colonias.
En abril de 1692. se acercó a las costas del Huasco un buque pirata, echó a tierra alguna gente y. sin duda. recogió las provisiones que necesitaba. El aviso de este hecho transmitido a Santiago por el corregidor de Coquimbo. debió producir nuevamente la confusión en todo el reino”, pero pasaron dos años sin que se repitiesen las alarmas, hasta que otro suceso más grave determinó al gobernador Marín de Poveda a emprender la persecución de esos obstinados y cautelosos enemigos.
El 27 de enero de 1694 se dejó ver a la entrada de la bahía de Concepción una nave sospechosa. Dentro del puerto se hallaba otro buque español llamado el Santo Cristo, cuyo capitán y propietario Juan Güemes Calderón fue enviado a reconocerla; pero sin acercarse a ella, volvió asegurando que debía ser una nave española que se esperaba de Chiloé. Sin embargo, en esa misma noche, los piratas se apoderaron por sorpresa del buque español.
“El 29 de enero por la mañana se descubrió haberse llevado el navío Santo Cristo y se calificó la sospecha de que era de piratas el que se había puesto a la vista del puerto. Ambos navíos parecieron juntos, arrimados a la isla de la Quiriquina”. El capitán Güemes Calderón salió en una lancha a tratar con el jefe pirata del rescate de su nave y obtuvo de éste la promesa de que se la devolvería si antes de dos días le entregaba seis mil pesos en dinero, cien botijas de vino y veinticinco de aguardiente. Por lo demás. el enemigo se mostró tan avenible, que inmediatamente puso en libertad a todos los tripulantes del buque apresado, reteniendo sólo al contramaestre.
Hallábase en Concepción el gobernador Marín de Poveda y en el acto tomó tina resolución decisiva. “Parecióme que era conveniente quebrantar la osadía del pirata, refiere él mismo, y que a este intento se dispusiese alguna gente que fuera a apresar el bajel enemigo y a recuperar la presa. Aunque la falta de embarcaciones y el corto plazo que había dado para el rescate hacía difícil la ejecución, formé junta de guerra de personas prácticas y con lo que en ella se resolvió, me dediqué con gran vigilancia al apresto de tres barcas con cincuenta hombres y tres pedreros de bronce. El día 30 de enero. luego que anocheció. los
despaché a esta función. Llegaron navegando con todo secreto hasta ser sentidos de las centinelas del enemigo y entonces dieron carga cerrada y estuvieron batallando por avanzar al bajel del enemigo, el cual, habiendo hecho sus diligencias por avanzar sobre las barcas, no pudiéndolo consegui se fue retirando y reconociendo los nuestros que no le podían dar alcance, cargaron sobre el navío Santo Cristo y le ocuparon recuperando la presa. Desde él se estuvieron cañonando con los mosquetes y arcabuces más de una hora el uno al otro y el enemigo trató de retirarse. Luego que llegó el día se vieron ambos bajeles en la boca del puerto y el nuestro siguió al del enemigo con gran denuedo; y por embarazar el alcance el enemigo echó al agua al contramaestre que tenía prisionero y se procuró sacarlo salvo, con que tuvo tiempo, mientras esto se ejecutaba, de ponerse en mayor distancia. Aunque nuestro bajel continuó su seguimiento, no pudo empeñarse más por no Ilevar mantenimientos algunos y quedar expuesto a que la inconstancia de los vientos, saliendo el mar afuera, lo pusiese en términos de no poder volver con la brevedad necesaria al mismo puerto”.
Este combate revelaba claramente que los piratas tenían muy escasas fuerzas de que disponer, y que. a pesar de su audacia al recorrer estos mares, eran enemigos poco peligrosos. Sin embargo, se supo que en la costa de Arica habían hecho poco antes algunas presas de valor, y se temió que continuaran ejerciendo sus depredaciones. El gobernador de Chile resolvió perseguirlos eficazmente. No pudiendo disponer de otra nave, hizo armar en guerra el Santo Cristo, lo dotó de la gente y de las armas convenientes, y como entonces no se hacía una distinción marcada entre los oficiales de mar y los de tierra, lo puso bajo el mando de su propio hermano don Antonio Marín de Poveda, caballero de la orden de Santiago, y capitán de caballería en el ejército de la frontera. “Habiendo trabajado mucho por la falta de medios, continúa el Gobernador, se dio a la vela del puerto de Concepción a 8 de febrero y llegó a las islas de Juan Fernández y no halló en ellas al pirata. Saltó en tierra y reconoció la isla y halló las demostraciones frescas de haber estado allí el pirata después de las presas hechas en la costa de Arica por algunos mantenimientos que allí dejó de los que produce aquella tierra, y otros más antiguos de otros piratas que frecuentaron aquella isla, y algunas cartas que dejaron escritas de correspondencias entre los mismos piratas dándose noticias de sus disposiciones y sucesos. Hallaron habitaciones fabricadas para albergarse, y señales de haberse aprovechado de la madera de la isla. De noche reconocieron fuego, y presumieron que había gente en ella, pero no hallaron persona alguna. Quemando las habitaciones que habían fabricado, salieron prosiguiendo el viaje para Valdivia. Reconocieron la isla de la Mocha pasando entre ella y la tierra firme y entraron a Valdivia sin haber hallado el bajel enemigo que buscaban”. Ese buque estaba de vuelta en Concepción el 3 1 de marzo. y entonces se sabía que los piratas no habían vuelto a dejarse ver en las costas del Perú.
Pasaron muchos meses sin tener la menor noticia de aquellos piratas. Sólo a fines de aquel año se halló el Gobernador en estado de suministrar los informes siguientes. “Reconociendo que le seguirían, aquel buque no se atrevió a volver a Juan Fernández ni a llegar a otro puerto de estas costas, y trató de volverse a desembocar por el estrecho: y habiendo entrado en él vararon con su navío en tierra, y sacaron todo lo que llevaban. y se pusieron a fabricar una embarcación mediana para proseguir su viaje al mar del norte. con los pertrechos del navío perdido y otros de que iban prevenidos. Para este efecto enviaron en una canoa doce hombres de los prisioneros que tenían. a cortar madera de algún paraje de aquellos archipiélagos; y éstos hicieron fuga en la canoa y vinieron al puerto de Valdivia a refugiarse e hicieron relación del suceso de este bajel de piratas después de diez meses que gastaron en su navegación desde el estrecho donde se perdieron hasta Valdivia, de que me dio aviso el Gobernador de aquella plaza en carta de 3 de diciembre (1694)

FIN TRANSCRIPCIÓN. Fuente: BARROS ARANA, Diego; “Historia de Chile”, tomo V (ver en linea)

De la narración de Barros Arana destacamos algunos antecedentes, que además evidencian lagunas aclaradas por otros autores:

Señala que encontraron”algunas cartas que dejaron escritas de correspondencias entre los mismos piratas dándose noticias de sus disposiciones y sucesos “, lo que no parece lógico encontrar si los piratas ya hubiesen abandonado la isla, además, indica “De noche reconocieron fuego, y presumieron que había gente en ella, pero no hallaron persona alguna”, lo que nos parece evidencia palmaría de que los piratas efectivamente o no habian abandonado la isla, o lo habían hecho intespestivamente, seguramente al constatar la presencia española.

CONCLUSIONES

El “cañoneo de mosquetes” por una hora contra los piratas, el pasar de presa a cazador del “Santo Cristo de Lezo” (a quien Barros Arana tiende a referir solo como “Santo Cristo”) da cuenta de la poca capacidad bélica de los piratas de esta historia, pero también, una vez recorrida la isla en su persecución, refiere a la poca sagacidad de los españoles que los perseguian para captar que no es lógico que los piratas abandonen sus cartas, por la valiosa información que contienen, a lo que sumamos la tremenda falta de suspicacia al no percibir la presencia de fuegos en la isla como presencia cierta -o a lo menos reciente-, de presencia humana en la isla.

Destacamos eso si, la capacidad de la Capitanía General de armar en guerra el “Santo Cristo de Lezo”, y de ese modo procurar la defensa de sus costas, al no contar con otra opción.

Por último, no podemos dejar de reflexionar, que quien dispone estas medidas es el Gobernador del Reino Tomás Marin de Poveda, a quien algunos autores han destacado por sus aportes y mentalidad, como PINEDO, Javier; “Tomás Marín de Poveda (1650- 1703) Gobernador de Chile: Pensamiento Político y contexto histórico” (ver en linea), pero que la historiografía contemporánea lo ha caracterizado como un funcionario corrupto, que lucró con los recursos del Real Situado, siendo por lo tanto, uno de los responsables de la debilidad de la Capitanía General para sostener su propia defensa, aspecto sobre el cual recomendamos leer: Rodríguez Ridao, A. L. (2017) “La administración del Real Situado en tiempos del gobernador Tomás Marín de Poveda: corrupción en detrimento del Ejército de Chile (1692-1700)”, en Revista Complutense de Historia de América 43, 101-126 (ver en línea)

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